domingo, 22 de diciembre de 2019

El señor Gutiérrez

 

 El señor Gutiérrez revuelve mecánicamente la cuchara en su tazón de estiércol mientras la pava silba en un rincón proclamando su hervor. Gutiérrez, hace años – o desde siempre – saborea el café que lo enciende por las mañanas y su tazón humeante de cremoso estiércol. Sin ese rutinario festín no podría salir a la calle.

 Gutiérrez conoce con exactitud el árbol donde detenerse, el de la copa poblada de palomas que podría suponerse que lo esperan para iniciar la jornada. Él se para debajo de las entrelazadas ramas para que las aves, con aleteos inquietos, lo bautícen con una lluvia de excrementos que le tiñen la cabeza de diferentes tonos de gris. Sólo puede sonreír mientras ésto sucede porque luego, de inmediato, retorna a su gesto adusto y su semblante malhumorado. 

 De las baldosas que componen el desparejo collage de su sendero elige las que presentan alguna imperfección: las flojas, las ausentes, las sucias; y en esa curiosa rayuela entretiene su camino. Aunque ha desayunado hace menos de una hora Gutiérrez se detiene en un bar donde lo esperan otros hombres como él, con las ropas manchadas, sumergidos en lecturas escatológicas, bebiendo su lágrima de cada día, un gustito que se da de vez en cuando. Luego paga, maldiciendo entre dientes sale nuevamente a la calle y se llena la nariz con el aroma de los tachos de basura que encuentra a su paso – “Quién fuera mosca”, piensa, mientras camina pesadamente hasta el trabajo. 

 Nadie se sorprende al verlo pasar cubierto de manchas por los desechos de palomas y los zapatos mugrientos hasta los cordones. Huele a mierda el Sr. Gutiérrez y es su única felicidad ese capital nauseabundo con el que cuenta y que lo recubre casi por completo. Llega a su oficina donde varios sacos manchados como el suyo cuelgan del perchero, se saluda con sus compañeros de tareas y el aliento a basura colma todo el ambiente. Todos llevan una vida respetable, como Gutiérrez, todos tienen su auto, su casa, sus necesidades cubiertas de clase media o de media clase. Su gusto por la podredumbre o los desechos viene de otro lugar, responde a una costumbre de años, se les ha vuelto natural la ingesta de excrementos y hasta la desean como se desean las cosas más amadas. ¿Qué puede salir de la boca de Gutiérrez más que un hedor insoportable?, una mezcla intolerable de consumos insanos que lo convierten en un tacho de basura que deambula. 

 Gutiérrez regresa a su casa, repitiendo senderos infectos, compra en un kiosco unos caramelos de mierda para sus hijos y unos bombones de mierda para su mujer, hoy es su aniversario. No se le ha escapado una sonrisa, ha despotricado todo el día a gusto intercambiando hedores con sus allegados, con su jefe, con el kiosquero, hasta con las palomas. Gutiérrez llega a su casa, su señora lo recibe con un beso repugnante, le agradece los bombones mientras los niños buscan los caramelos que siempre les lleva en los bolsillos. Ella, amorosamente, le dice que se siente a la mesa, que ya está listo el guiso de mierda y que es una receta nueva que ha sacado de la tele, como siempre. Él, mientras, escucha la radio, es el programa de mierda que tanto le gusta, con gente que dice la verdad, la única posible, la misma verdad que le ofrecen las palomas cada mañana. “Quien fuera mosca”, piensa. 

Deseo cumplido.

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