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Imagen: Página/12 |
Desde tierras lejanas, el patético Luis Brandoni golpeó su pecho de gorila decadente y arengó a la monada nacional para que protagonizara una marcha en apoyo a un gobierno que ya está de salida.
Desesperadas acciones que exponen miserias particulares y no hacen más que provocar nuevas derrotas. El vetusto actor radical, Luis Brandoni, es uno de los protagonistas de la película de reciente aparición en cartelera "La odisea de los giles" y quizás por una oportuna estrategia de marketing propuso esta marcha de giles en Argentina, con consignas poco ocurrentes y anacrónicas, porque las clases acomodadas nunca han sido muy creativas con sus panfletos y les cuesta mucho disfrazarse de movimientos populares.
Hacen fuerza por sentirse superiores, lo creen realmente, la juegan de civilizados, de republicanos, democráticos y bien educados. Ese espejo opaco en el que se miran con orgullo les devuelve siempre un reflejo mejorado que oculta sus más profundas miserias de clase.
A esto giles les encanta envolverse en la bandera argentina, cantar el himno, repetir como loros trastornados la consigna "sí se puede" aunque no puedan nada, unque nada se pueda en estos días porque no se puede pagar más, no se puede comer, trabajar o tener proyectos gracias a las políticas de mercado de un gobierno que vino precisamente a esto, a que no podamos más.
Sin embargo, allí marchan como ovejas obedientes los giles en su odisea, suponiendo en su ignorancia que ese es el pueblo, porque si ese, el perfumado manojo ciudadano no es el verdadero pueblo ¿el pueblo dónde está? se preguntaban. Y resulta que el pueblo está, efectivamente, en otra parte, muy lejos de ese circo de equilibristas del espanto, de aplaudidores de juntas militares, de entusiastas de la tortura y las desapariciones, de alambradores de campos robados, de explotadores de peonadas resignadas, de evasores expertos y fugadores de divisas.
El pueblo siempre está en otro lugar, cerca de quienes le hablan mirándolos a los ojos, de quienes los conmueven con cada gesto, cada frase, con cada derecho recuperado, con cada esperanza.
En cambio, el presidente Mauricio Macri, no dijo nada. Media hora mirando a los asistentes de esa marcha berreta de sesentones exasperados sin decir ni una palabra, solo golpeando su pecho en busca del corazón inexistente, gélidamente emocionado, abrazado a la empresaria de los talleres clandestinos que oficia de primera dama y luego...nada. Cada uno a su palacio en Recoleta o a su monoambiente con delirios de mansión desde donde rumiar su odio un rato más.
La odisea de los giles tuvo ayer su función en vivo, Brandoni y Campanella, saben que muy pronto se cerrará el telón y casi no habrá público del cual despedirse.
¡Muy buen aporte!
ResponderEliminarDebo decir, eso sí, que por lo que se vio están dejando de lado sus modales y sus maneras "democráticas y republicanas", trocándolas por un odio virulento muy cercano a la violencia.
Es cierto que basta que alguien dispare un solo tiro al aire, para que esas masas valerosas, capaces de dar la vida por Macri, correrían como rata por tirante.
Pero están tirando demasiado de la cuerda. Demasiado...