Pinocho era, tan solo, la escultura en madera de un deseo. Gepeto quería tener un hijo y en su fantasía se entregó a la tarea de tallarlo. Luego, la intervención de los prodigios necesarios y oportunos, lo impusieron a la realidad como un ser humano, un niño, ese que Gepeto tanto ansiaba.
Algún tipo de ironía del destino, un desequilibrio universal tal vez, que opera prodigios indeseables, ha utilizado los mismos artilugios para reproducir este imaginario en nuestras vidas.
Macri es un creación destartalada de un titiritero maquiavélico. Aquí no podemos suponer la existencia de un anciano bondadoso, con temor a la soledad que jugó a ser dios por un momento. Macri fue tallado por alguien que realmente se sabe dios, se reconoce como el poder total y omnipresente y en ese rol desquiciado nos ofreció su marioneta para que nos presida.
Macri es de madera. Bailotea como si tuviera los piolines flojos, al igual que esos artistas callejeros que hacen bailar a su fantoche de forma exagerada y graciosa. Pero Macri no tiene ninguna gracia, apenas cuenta con un cuerpo vacío, sin corazón ni cerebro como todo muñeco. Su boca es una rígida hendidura en la madera, con una bisagra que abre y cierra la mandíbula sin modular ninguna palabra.
Arrastra los sonidos humanoides como el muñeco de un ventrílocuo que lo maneja a su voluntad y le hace decir los que quiere. Macri es un ser sin voluntad, una mano dominante le mueve la cabeza de un lado a otro, lo presenta en un show permanente de disparates donde siempre es el bufón, el obligado protagonista del absurdo.
Pinocho se creía humano, suponía que su extraña condición de muñeco de madera era, apenas, un detalle que nadie notaría. Cuando empezó con sus mentiras su nariz creció de tal manera que resultaba una condena irremediable, un castigo ejemplar y notorio por cada vez que faltaba a la verdad.
Macri miente como forma de vida, la mentira es la ruptura de a realidad que necesitan los perversos para presentarse en sociedad. Miente descaradamente frente a un pueblo al que solo reconoce como el público obligado de sus puestas en escena.
Y no le crece la nariz, lo que crece cada vez que miente es la inflación y la pobreza, crece el riesgo país, el hambre y la miseria, crecen la deuda y los despidos, crece el olvido y la desidia, crece la desocupación y la tristeza.
Pinocho es un ser imaginario, un cuento clásico que adornó nuestra infancia.
Macri es de verdad aunque no o parezca, aunque quisiéramos que solo fuese un mal sueño, es un personaje de los tantos que arruinaron la infancia de generaciones enteras, endeudándolos por 100 años y quitándoles la educación, las posibilidades de crecer y el pan de la mesa.
Macri es hoy un muñeco destartalado, que insiste en seguir bailando para un público cada vez más chico en un circo decadente. Ensaya sus chistes sin gracia del que solo se ríen algunos obsecuentes. El resto de la gente, la inmensa mayoría, no se divierte con sus fantochadas. Sufre las consecuencias de sus disparates de muñeco sin alma, sin vísceras que se conmuevan ante tanto dolor que ha provocado con sus mentiras.
Pero los piolines se cortan alguna vez, todos los muñecos se guardan en un baúl y los cubre el polvo del olvido después de la última función. Hay luces que van apagando, gente que se retira en silencio, un telón a punto de caer delante de la imagen de un país de utilería.
En una banco olvidado en el teatro vacío, como un muñeco más de los tantos que sueñan con brillar en el escenario, un mago sin dientes espera el momento que nunca llegará.
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